En estos poemas el autor reflexiona sobre la infancia, los recuerdos y la importancia de los libros en la formación del universo personal de cada uno de nosotros.
Ajenos al mundo duermen la siesta
Unos cuantos libros viejos sin dueño.
La memoria guardan, hoy un triste sueño,
De aquel tiempo ido de luz y de fiesta.
Quizá un curioso deslice su mano
Sobre la tapa de un raro ejemplar
Atento lo mire y pueda escuchar
La tímida voz que de un mundo arcano
Promete al amigo un bello tesoro:
Piratas de tinta, un mar de papel,
El cofre de humo y un viejo bajel
Que el Sol ilumina con su luz de oro.
Se oye en las hojas de estos libros viejos
El rumor lejano de una canción
Que de otoños habla y del corazón.
Hoy ecos cansados que vienen de lejos.
Bronco clamor del mar ensortijado
Sentimos al amparo de la arena.
Es verano. La luz la playa llena.
Sobre el agua un rumor se ha desatado.
Cristal efervescente y encrespado,
El mar, dolido, allá a lo lejos suena.
Furia de espumas, se debate, truena
E inicia su ascensión desesperado.
Albo muro impulsado por el viento,
Ímpetu torrencial que todo asola,
Anuncia su llegada en un momento.
Y en barroca espiral de caracola,
Súbita cesación del movimiento,
Rompe, de agua y sal, en la orilla una ola.
Viejo tren perdido en el desván de la memoria,
Hoy, no sé por qué, he querido recordarte.
Tal vez pretendo recuperar tu historia,
Hablar de ti a la gente antes de olvidarte.
Era, renco amigo, en época estival
Tu paso cansino lección de indolencia.
Los trenes nos dicen con voz de metal
Palabras muy graves repletas de ciencia.
Del tiempo nos hablan, del tiempo viajero,
Transitorio y vago como una ilusión.
El tren es un sabio que del pasajero
En el alma niña deja su lección.
Te recuerdo ahora con melancolía,
Viejo tren de hierro de mis días de infancia.
Dejo en estos versos la antigua alegría
Que en mí despertaba su sobria elegancia.