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POEMAS DE JUAN BLAS

En estos poemas el autor reflexiona sobre la infancia, los recuerdos y la importancia de los libros en la formación del universo personal de cada uno de nosotros.

LIBRERÍA DE LANCE

Ajenos al mundo duermen la siesta
Unos cuantos libros viejos sin dueño.
La memoria guardan, hoy un triste sueño,
De aquel tiempo ido de luz y de fiesta.

Quizá un curioso deslice su mano
Sobre la tapa de un raro ejemplar
Atento lo mire y pueda escuchar
La tímida voz que de un mundo arcano

Promete al amigo un bello tesoro:
Piratas de tinta, un mar de papel,
El cofre de humo y un viejo bajel
Que el Sol ilumina con su luz de oro.

Se oye en las hojas de estos libros viejos
El rumor lejano de una canción
Que de otoños habla y del corazón.
Hoy ecos cansados que vienen de lejos.


OLA

Bronco clamor del mar ensortijado
Sentimos al amparo de la arena.
Es verano. La luz la playa llena.
Sobre el agua un rumor se ha desatado.

Cristal efervescente y encrespado,
El mar, dolido, allá a lo lejos suena.
Furia de espumas, se debate, truena 
E inicia su ascensión desesperado.

Albo muro impulsado por el viento,
Ímpetu torrencial que todo asola,
Anuncia su llegada en un momento.

Y en barroca espiral de caracola,
Súbita cesación del movimiento,
Rompe, de agua y sal, en la orilla una ola.


EL TREN

Viejo tren perdido en el desván de la memoria,
Hoy, no sé por qué, he querido recordarte.
Tal vez pretendo recuperar tu historia,
Hablar de ti a la gente antes de olvidarte.

Era, renco amigo, en época estival
Tu paso cansino lección de indolencia.
Los trenes nos dicen con voz de metal
Palabras muy graves repletas de ciencia.

Del tiempo nos hablan, del tiempo viajero,
Transitorio y vago como una ilusión.
El tren es un sabio que del pasajero
En el alma niña deja su lección.

Te recuerdo ahora con melancolía,
Viejo tren de hierro de mis días de infancia.
Dejo en estos versos la antigua alegría
Que en mí despertaba su sobria elegancia.


JARDÍN

El tiempo se ha dormido en el jardín.
Todo es en él apacible quietud.
Hay bancos de piedra y viejos sentados.
El cielo de abril lo cubre de azul.

De niño me entretuve en sus rincones
Y el agua bebía de un surtidor
Que, bajo un árbol de verde follaje,
Al aire daba su eterna canción.

Olvidados dioses hechos de mármol
Flanqueaban, distantes, las veredas
Del jardín aquel triste y solitario
Con su pobre estanque y viejas palmeras.

Era feliz si de los peces rojos
Con mi madre al estanque me acercaba.
Un sentimiento dulce me invadía
Viendo a los peces moverse en el agua.

Quizá este jardín nunca ha existido
Y es del poeta sólo una invención.
Como la idea que en su mente lúcida
Laborioso concibe el pensador.


ISABEL Y LA LUNA

Todo dispuesto, alrededor de la mesa
La familia se sienta. Comienza el rito.
El pan cortado. En el centro la sopera,
Rutinaria loza, sobre un mantel liso.

Abierto el balcón, la noche gaditana
Serena se muestra como un mar sin ondas.
La calle, recta de piedra, huele a guitarra
Y su son encarnado exhalan las rosas.

Isabel resuelve bajo el firmamento,
Propicio escenario para las metáforas,
La mirada fija en un lugar del cielo
Convertir la luna en un botón de nácar.

La niña no cena y se agita nerviosa.
Quiere que su padre le alcance la luna,
Se suba a la mesa y la forma redonda
Del astro le entregue llegando a su altura.

Distante y mineral la luna no sabe
Que los sueños cubren su faz blanquecina.
Miles de poemas ornan su semblante,
De Leopardi, un griego o sólo una niña.

Todo dispuesto, alrededor de la mesa
La familia se sienta. Comienza el rito.
Isabel nos deja su primer poema
Escrito en el aire con letra de niño.

© Juan Blas Ruiz Jiménez


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